Las cartas boca arriba. Me gusta
el cine de Imanol Uribe. Sus películas están bien contadas. A Imanol Uribe le
ha perjudicado la proximidad a los hechos que narraba. Mostrar a los personajes
de “La fuga de Segovia” (1981) como héroes aventureros, al estilo de “La gran
evasión” (1963) de John Sturges, o al personaje de Carmelo Gómez en “Días
contados” (1994) como un héroe trágico, era una buena idea cinematográfica,
pero no hacía otra cosa que revestir a ETA de una aureola romántica de la que
indudablemente carecía. Pero también hay que reconocer que su cine fue
evolucionando y describió pronto, en “La muerte de Mikel” (1983), el ambiente
intolerante y manipulador del entorno etarra y que, más tarde, dio un giro en “Lejos
del mar” (2015) para acercarse al mundo de las víctimas.
El gusto de Imanol Uribe por el
cine de género – cine de aventuras en “La fuga de Segovia”, melodrama en “La
muerte de Mikel” o cine negro en “Días contados”- le permitía armar películas
bien estructuradas y con conflictos cuyos códigos el espectador descifraba
fácilmente. Y a todo esto, había que añadir el buen gusto para traducir las
ideas en imágenes, una construcción de los planos equilibrada y elegante y un
montaje al servicio de la compresión de lo narrado. No olvidemos que “Días contados”
obtuvo 8 premios Goya, incluidos los más importantes.
“Vinieron de noche” (2022) narra
el asesinato por los militares salvadoreños – ordenado por el Alto Mando de la
Fuerza Armada y el Estado Mayor- de seis jesuitas y dos mujeres (una cocinera y
su hija) la noche del 16 de noviembre de 1989. Uno de ellos era el padre Ellacuría
(interpretado por Karra Elejalde), un teólogo de la liberación –discípulo del
filósofo Xabier Guridi- muy conocido por su influencia intelectual y con gran predicamento
en la comunidad religiosa.
El Salvador estaba en aquellos
años en plena guerra civil entre el ejército y la guerrilla del Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Un conflicto que ya había originado
un crimen de gran impacto emocional, como el del arzobispo Romero el 24 de
marzo de 1980. La película está contada desde la mirada de Lucía Cerna, la
única testigo del crimen, interpretada por Juana Acosta, quién sostiene con su
actuación- acento, mirada, gestos, andares- el mayor peso del ésta. Una testigo
a la que el FBI intentó acallar y amedrentar para que cambiara su testimonio.
Gracias a ella se conocen a los infames autores de aquellos crímenes. Sin
testigos, fue la orden expresa de los militares. Sabían de lo que hablaban.
Hoy el excoronel salvadoreño Orlando Montano cumple condena en España y el
coronel Guillermo Benavides está condenado a treinta años de prisión en El
Salvador, donde el caso se ha vuelto a reabrir.
“Vinieron
de noche” se adscribe al género de denuncia política, muy a lo Costa-Gavras
(“Z”, 1969). En esta ocasión, aunque también es un tema que le afecta
directamente -Uribe nació y vivió sus primeros siete años en El Salvador y luego
estudió en el colegio de los jesuitas de Tudela- la distancia (temporal) le
beneficia. En esta película no hay dudas de quiénes son los buenos y Uribe
cuenta la historia desde el punto de vista de las víctimas.
Uribe sabe bien que la estructura
de una obra cinematográfica es parte del mensaje. En esta ocasión, organiza la
película alrededor de “flashbacks” con los recuerdos de Lucía y desde el presente
que ésta vive en su confinamiento en Miami. Este enfoque debiera facilitar la impresión
de documento tomado directamente de la realidad. Sin embargo, algo no funciona
del todo. Por un lado, asistimos a los recuerdos de Lucía y a la presión que
sufre al ser amenazada para que cambie su versión de los hechos. Por otro, finalmente,
se nos presenta el asesinato brutal de unos sacerdotes y civiles inocentes en
plena contienda entre guerrilla y militares salvadoreños. Todas estas tramas no
llegan a engarzar. En un momento, el
padre Ellacuría afirma, y de allí el título de la película, “Si me matan de día
sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche serán los militares
los que me maten”. Pero a Uribe no le interesa ahondar por qué la guerrilla
podía tener también intereses en asesinarle. Las raíces del conflicto político son
levemente apuntadas y quedan muy desdibujadas.
En otro momento del filme, el propio
padre Ellacuría afirma que hay que diferenciar los objetivos de la guerrilla de
sus métodos, que indudablemente condena. Son los riesgos de esas secuencias
donde se verbaliza una tesis. Se simplifica demasiado.
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