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Tú y yo (1939) (1957)

Tomemos en serio la comedia romántica.

El público suele recibir las comedias románticas con agrado. Las cifras de taquilla lo corroboran. Mientras tanto, la academia y los festivales suelen tratarlas con cierto desdén, como si fuera un género menor. Basta comparar el número de ensayos que se publican sobre el western o el cine negro con los dedicados a la comedia romántica. Un craso error. La comedia romántica trata con tono amable asuntos graves: las diferencias de clase como una barrera para formar vínculos personales estables, los problemas para hacer frente a una ruptura sentimental o las dificultades que la enfermedad genera para consolidar estas relaciones. Son muchos los directores que se han sentido cómodos con el género. Entre los clásicos, Capra o Cukor. Más recientemente, Nora Ephron o Nancy Meyers. Leo McCarey se encuentra en esta nómina.  

McCarey se inició en el cine mudo, desarrolló gran parte de su carrera en la época dorada del cine clásico y llegó a ver los cambios que se avecinaban con la llegada del cine moderno. Tú y yo (Love affair, 1939) reúne todos los estilemas de una película clásica. Un estilo donde los cineastas proponían soluciones formales al servicio de la historia: el fuera de campo, la elipsis, enlaces de secuencias con encadenados, ... McCarey se movía con soltura en este entorno. La llegada del crucero a Nueva York es un ejemplo. Los protagonistas, cada uno en un extremo del plano, buscan a sus parejas formales que están esperándoles, mientras se intercambian miradas y los otros pasajeros observan divertidos la situación. Todo sin diálogos. La bajada por las escaleras del crucero sigue la misma tónica. Tanto uno como otro se muestran obligados a cruzar en medio de las parejas respectivas, dejando entrever la próxima ruptura, una ruptura que se resolverá con una elipsis. Hay muchos más ejemplos. El fuera de campo del accidente de Terry McKay (Irene Dunne), seguida de una panorámica ascendente hacia el Empire State, un edificio al que ya no podrá subir. Estos cineastas pronto aprendieron a utilizar el sonido con intenciones dramáticas. La irrupción de la música al final de la última secuencia que hasta entonces había transcurrido en silencio, evocando la figura de la abuela y su estancia en Madeira.  En fin, una puesta en escena donde al espectador se le facilitaban las claves – valiéndose de la imagen- para que comprendiera lo que se contaba.

¿Qué impulsó a McCarey a hacer un remake de su propia obra casi veinte años después - ¿Tú y yo (An Affair to Remember, 1957)- más allá de la mera operación comercial y del uso del color y del scope?  Tal vez se viese movido a revisar la última secuencia. El resto del filme sigue las pautas argumentales y visuales de la primera versión, salvo quizás un ritmo más lento, con planos más largos, pero esa última secuencia es más espectral, oscura y escéptica. Carlos Losilla lo resume en La invención de la modernidad (Cátedra, 2012), “una película en apariencia comedia y drama que termina siendo un relato de misterio”. Los tiempos eran más confusos, llegaban aires de modernidad y el cine debía buscar nuevos modos, lejos de la transparencia clásica. 

La comedia romántica sigue vigente hoy con nuevos recursos. Más consciente de sí misma. Más gamberra. Más sensible al rol de las mujeres. Más sabedora de que la vida no se acaba con un beso final. Así que podemos seguir divirtiéndonos con estas comedias, pero no sorprendernos si nos dejan un sabor agridulce al volver a casa. 

 


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